El cambio climático sucede hace cincuenta años pero nunca encontramos una excusa para que sea una preocupación constante, los medios de comunicación no lo tomaron en cuenta y jamás fue un titular en los diarios. Hoy las redes sociales devuelven nuestra ausencia en las calles con imágenes de una vida que florece sin la necesidad de la mano humana, el cielo ahora despejado de nubes ácidas nos redime su forma más sarcástica, un cielo azulísimo para que lo goces únicamente desde tu ventana. ¿No es quizás esta epidemia producto del desprecio por la naturaleza, como afirma la primatóloga Jame Goodall, y también de nuestra desmedida ambición de querer tenerlo todo, aunque realmente, y ahora nos damos cuenta, no necesitamos tantas cosas? 

La mitad de la población del mundo no tiene conexión a Internet y la mitad del mundo se enfrenta con las pocas armas que posee a este virus, a este episodio de nuestra historia que no entendemos y que respiramos a diario con la esperanza de volver a lo cotidiano, pero la información es poder y para los que tienen acceso a la televisión y sus noticieros la historia se teje cada segundo. De igual modo, los programas de entretenimiento, series en Netflix, entumecen las horas, estos aparatos que reproducen entreteniendo se han convertido en un ser que está presente para recordarnos que no estamos solos. Desde su interfaz emite sonidos y luces que nos acompañan a diario a veces de forma inteligente, pero siempre sin un sentido, como una caricia que es casi invisible a los ojos.

Es sabido que este medio es un invento que copia, en la mayoría de los casos, producciones absurdas, historias cliché y evita que cuestionemos pensemos y repensemos logrando abstraernos para así combatir la temida soledad, el silencio, las preguntas. Por su parte, las redes sociales con sus debates inocuos y sus videos sin sentido nos atraen. 

¿Por qué necesitamos ver recetas de algo que nunca vamos a preparar o reírnos con las torpezas de un ser que no conocemos y que alguien decidió registrar solo para burlarse de alguien más? Introducir nuestras narices en el mundo de una persona o familia, ahora más que nunca, nos conduce al placer de estar acompañados. 

Pero también algunos buscamos espacios para la soledad. En este aislamiento muchas veces el cuarto de baño, como espacio de privacidad, se está convirtiendo en el lugar en donde estamos realmente solos y es cómplice del llanto, del bostezo, de las miradas al espejo que nos devuelve ese reflejo de un ser humano con mucho miedo. Es allí que, sin interrupciones, algunos podemos fingir que nos duchamos solo para que los minutos corran y evitar el largo fatigo que supone la rutina de la bulla.

Pero más allá de enfrentarse a uno mismo, algo que podemos ver durante este encierro es cómo en nuestro país las desigualdades son mucho más evidentes en momentos de crisis. Las lecturas de lo que llamamos desigualdad se tornan difusas y si para algunos el día en el que nuestro ahora rockstar Vizcarra decretó el estado de emergencia en el país era una tragedia, pues suponía no poder salir de casa, para otros, familias de migrantes que viven en Lima o están de tránsito, se tornó en una lucha contra el tiempo, en una búsqueda, por todos los medios, de volver a casa. Algunos lo lograron, a pesar de la subida de los precios de los pasajes, y otros hasta se arriesgaron a viajar en combis o colectivos poniendo en peligro su vida para llegar a guarecerse en el abrigo de la familia. Durante estos días hemos visto las noticias de quienes desean retornar a sus provincias caminando, porque allá están los suyos, y a pesar de las duras condiciones desean hacerlo. Estas nuevas movilizaciones sociales nos obligan a pensar en lo que viene después.

Definitivamente no estamos en igualdad de condiciones y sin embargo todos padecemos de algo tan primitivo como es el miedo. El miedo ha hecho que salgamos a las calles a comprar comida de forma masiva, el miedo ha hecho que juzguemos a aquellos que salen a las calles, nos ha convertido en policías que usan de arma sus celulares para denunciar cualquier acto que según sus criterios merece ser abucheado.

La actual crisis nos propone mirarnos. Sí, es evidente que ningún país se va a salvar por sí mismo, es decir sin la ayuda de la comunidad de otros gobiernos. La represión militar y de derechos humanos en nombre del coronavirus tiene un efecto mucho más potente en nuestra región, en comparación con Asia, por ejemplo, donde se utiliza la tecnología para controlar a los ciudadanos. Aquí utilizamos la represión militar, la mano dura.

Diferentes investigadores opinan que la actual pandemia tiene causas ambientales, se ha demostrado que los virus de animales de ecosistemas arrasados, han sido traslados al ser humano, entonces, y como cuestionan científicos sociales en Latinoamérica, ¿por qué le cuesta tanto a los gobiernos asumir las causas socioambientales? 

La socióloga argentina Maristella Svampa opina que la principal causa de esta crisis en efecto es de carácter socioambiental, pero que también estamos cerca de la militarización en nombre del coronavirus. El discurso bélico confunde, y esto va en relación con el miedo que va de la mano del sistema de vigilancia. El ciudadano que vigila y que quiere denunciar a su vecino. La población quiere que el gobierno intervenga, pero de qué manera, hace falta que pensemos en nuestros derechos fundamentales.  

Las soluciones diarias que dan el gobierno son pasajeras en muchos aspectos, a veces se maneja un discurso de propaganda política para enfatizar el liderazgo político, pero el miedo como discurso apocalíptico que difunden los medios de comunicación elaboran toda una narrativa profunda de desconcierto, en donde, lo saben, el miedo paraliza. 

Expertos proponen que existen dos salidas, una política ultra neoliberal al salir de la crisis o una globalización más democrática ligado a políticas publicas inclusivas. Habría que repensar entonces primero la causa de esta crisis, que no es una casualidad ni mala suerte. Es necesario entonces, enfrentarnos a las verdaderas causas, y esta es muy posible la crisis climática.

Siempre me gusta pensar en el peor de los escenarios; en este sentido, quedarnos en la casa sin hacer nada cobra relevancia. Sin embargo, habría que preocuparse por nuevas conexiones que nos permitan poner en la agenda una articulación entre salud, educación y medio ambiente: justicia social y justicia ambiental.

Esperemos, pues, que cuando todo esto termine y naturalmente conversemos con nuestro hijos y amigos, sobre el trauma y nuestra memoria -que únicamente selecciona lo que queremos recordar- emita su forma nostálgica imágenes de nuestro confinamiento, de nuestro miedo, las versiones de lo que ocurrió no disten de lo presente y estas letras, los relatos, los videos seguramente sean una prueba perturbadora del caos del silencio, del virus que nos dejó mudos, que nos dejó muertos, que nos dejó sin miedo.


Ilustración: elcolombiano.com