Ubicar a Máxima Acuña durante esta pandemia no fue fácil. Ella sigue viviendo en el caserío que le pertenece y defiende hace once años: Tragadero Grande (distrito de Sorochuco, provincia de Celendín, Cajamarca). Sobre casi 4 mil metros sobre el nivel del mar la familia Acuña resiste a la vigilancia y acoso permanentes por parte de la "empresa". Ni la pandemia ni el frío ni la altura han dado tregua a los trabajadores de la minera. “Para ellos no hay pandemia, no hay nada que los detenga, han puesto sus corrales de alpaca y su personal ahí. Viene el personal de la empresa a vigilarnos, a tomarnos foto día y noche”, dice Máxima.

¿Quién es Máxima? me pregunto continuamente mientras intento reconocerla en esa plaza central de Cajamarca abrigada por el movimiento de un centro histórico que alguna vez fue testigo de la muerte de Atahualpa. ¿Quién es esta mujer que consiguió defender su territorio de la minera Yanacocha? Máxima los llama “empresa”, Yanacocha era esa laguna que desapareció para dar paso a una mina de oro y que antes, junto al ichu extendió sus brazos a través de la cordillera. De su vientre brotaba agua de manantial. En cambio, la Laguna Azul protegida por Máxima aún sobrevive para recordarle que un metal precioso sostiene la codicia del mundo.

En una esquina de la plaza, Máxima nos espera junto a su hijo Daniel. Ella no sabe leer, pero eso no fue impedimento para ser elegida “Defensora del Año” en el 2015 por la Unión Latinoamericana de Mujeres y que en el 2016 haya sido galardonada con el premio medioambiental Goldman. En sus ojos se empozan las lagunas de Celendín. Ella es, para algunos defensores de territorios, líder de medioambientalistas; para otros, un impedimento hacia 'el progreso del país'.

Caminamos apurados, mascarillas en el rostro, me cuentan que el virus subió a las alturas de Cajamarca siendo una excusa perfecta para que el Poder Judicial haga notar su ausencia. Daniel sigue los pasos de su madre y entiende que el proceso es un camino doloroso por el rechazo que algunos comuneros que sí vendieron sus tierras a la minera demuestran. No obstante, ese esfuerzo los hace sentirse orgullosos de su familia por seguir un camino que, para ellos, es único.

“Tenemos orgullo y la frente en alto. No hemos parado en once años de juicio a Yanacocha. No se ven juicios que enfrenten a una empresa poderosa de oro, no hay. Nosotros no nos oponemos al progreso si este fuera responsable y respetuoso”, refiere Acuña. Y añade: “¿Quién se va a oponer? Nadie. Ellos no respetan a la gente del campo, ellos maltratan a la gente. Tú eres como la pulga, la empresa es como elefante, me dijeron”.

Máxima Acuña decidió defenderse de la empresa cuando golpearon a su familia en el 2011. “Nosotros seguimos esperando respuesta desde la última sentencia hace más de dos años”, indica. La jueza de Celendín les dijo que agilizaría el documento para la sentencia. Hasta ahora no tienen respuesta. Durante la pandemia han cambiado de jueces y la virtualidad llegó para quedarse en los juzgados. Aquello alargó todo. “Solo esperamos que nos llamen y nos digan a quiénes darán el agua. Eso nos indigna, somos seres vivos, necesitamos nuestra tranquilidad, son once años, hemos perdido tiempo y tranquilidad, no podemos salir a trabajar lejos, eso nos afecta también psicológicamente”. No tenemos tranquilidad repite su hijo que, sentado al lado, observa a su madre.

El agua que brota de las alturas y que defienden los Acuña sigue en disputa. “Necesitamos pedirle al presidente Castillo que se pronuncie sobre este caso”, pide Máxima. “Para que haya una respuesta para los comuneros y campesinos que cuidamos nuestras aguas, porque si no cuidamos a nuestra madre tierra, ¿de qué viviríamos? Debemos luchar por protegerla”.

Antes de despedirnos, le muestro a Máxima una fotografía del mural pintado en el distrito limeño de Barranco en el que ella está presente como parte de las mujeres del Bicentenario. Se emociona y señala: “Por defender mis lagunas hasta la vida quisieron quitarme”.

“La jueza se pronunció y nos dijo que iba a tardar un mes, pasaron tres y no teníamos respuesta”, dice. “Luego vino la pandemia y seguimos sin la resolución. Queremos que se haga justicia, no de lástima a la familia, la ley sea para quien sea”. Las palabras de la señora Acuña, la guardiana de las lagunas, son serenas pero firmes. A través de sus ojos puede percibirse la indignación y el cansancio. Al caer la tarde, volvemos removidos por el relato. Es injusto no poder vivir en tranquilidad disfrutando de un entorno sano. Que se haga justicia.

A continuación, nuestro encuentro con Máxima y su hija Isidora: